ESTATURA INTELECTUAL.- (Verosímil ficción)


Policías menos fuertes, pero más inteligentes

Interior rebajará la altura mínima para entrar en el cuerpo porque cree que cada vez es menos necesario el uso de la fuerza física - Los agentes sostienen, sin embargo, que los delincuentes están cada vez más entrenados y son más violentos. Más débiles físicamente pero más inteligentes. Así serán los futuros policías españoles. Al menos, así se desprende del borrador del proyecto que pretende modificar el Real Decreto que establece la altura mínima para ingresar en el Cuerpo Nacional de Policía. El texto, que se debatirá hoy en el seno del Consejo de la Policía, se propone rebajar la talla mínima de los aspirantes del 1,70 metros actual a 1,65, siguiendo la estela de la modificación del pasado 3 de marzo que redujo la altura de las mujeres hasta 1,60 metros para dar cumplida respuesta a los principios del Plan de Igualdad de Género impulsado por la Administración del Estado. LA RAZÓN.




Cuando me estaba cambiando, delante de la "amplia" taquilla que nos proporciona la Administración, algo me dijo que esa noche iba a ser puñetera. Era viernes y, en el centro de Madrid, las noches de viernes eran bastante entretenidas: Alcohol, drogas, reyertas, malos tratos de diverso género y relación familiar, "sirlas" (atracos con arma blanca), carteristas de diversas nacionalidades, incluida la española, vandalismo de uno y otro signo político o simplemente gratuito etc., etc...

Pero aquella noche algo me daba en la nariz que no iba a ser rutinaria. Me anudaba la elgante corbata azul (prenda ideal para que un desaprensivo te ahorque) mientras recordaba que hoy me tocaba patrullar con uno de los "nuevos". Un "coquito", varias carreras, había aprobado casi a la vez la oposición para la escala Ejecutiva y para la Básica y se encontraba haciendo prácticas de ésta para incorporarse próximamente al curso de formación de la otra. Tenía magisterio terminado y dos años de psicología. Un servidor quedó en el COU y puedo darme con un canto en los dientes. Pese al nivel intelectual de mi compañero mi instinto de perro viejo me decía que algo fallaba. No me fiaba de su capacidad en la calle, a pesar de su currículo académico. Cosas de "caimán" (veterano en el argot).

Además era evidente que había dado la talla (1,70 entonces) por los pelos, afilados con gomina de alta densidad, no caracterizándose por su corpulencia.

Ya en el vehículo, por llamarlo de alguna forma, dimos por el equipo de transmisiones el alta en el servicio y comenzamos a patrullar. Esa noche Federico, que así se llamaba el "pepinillo", venía especialmente cansino y comenzó a conferenciar sobre las técnicas de persuasión ante individuos violentos. Tema harto interesante para mí que, aunque lo había estudiado en diversos cursos de formación y promoción, la verdad es que pocas veces me funcionó al llevarlo a la práctica. Cuando estaba a punto de mandarlo a la mierda, la oportuna emisora emitió un comunicado salvador: "Z-10, diríjase a calle La Luna, "Bar Basilio", donde, al parecer tienen problemas con un índividuo".

Empezábamos bien, diez minutos de insoportable charla y ahora lidiar con algún borrachín.

Paré el vehículo antes de la puerta del bar y bajamos los dos. Mi gallardo compañero se adelantó a paso ligero, pero con un gesto de mi brazo derecho le hice decelerar y ponerse tras mi estela. Al llegar a la puerta, con un mínimo recorrido visual, se podía hacer una composición de conjunto bastante detallada: En una mesa sentado, sangrando a borbotones por la nariz, un conocido "yonki", el personal del establecimiento refugiado en la cocina y, al fondo de la barra dos metros de "ciudadano del Este de Europa" con la camisa desgarrada mostrando, entre jirón y jirón, una nada despreciable masa muscular. La cabeza cuadrada y rapada, de corta frente y una única ceja sobre sus ojos azules. En la mano izquierda un vaso con hielo y algún combinado y, en la derecha un cuchillo de cocina alemán con filo tratado al "láser".

Una milésima de segundo de mirada hacia mi compañero, al cual se le había descolgado el maxilar inferior (sólo le faltaba el hilillo de baba) y se le desbordaban las órbitas de los ojos tras las discretas lentes de empollón, me bastó para pensar: "Estoy jodido".

Acerqué, dadas las dimensiones del "sable" que portaba el "Huno" del cuello de buey, mi mano derecha a la funda de la pistola e hice el primer requerimiento: "¡Suelta el cuchillo!". La consabida respuesta no se hizo esperar "Vete a tomar por el culo", en un acento típico de malo de película de Michael Caine. Saqué mi arma lentamente y vi, no sin asombro, como mi estimado compañero ponía su mano sobre la mía como intentando evitar que apuntara a aquella mole. Lo remedié enseguida con un buen manotazo y un "¡Para quieto me cago en...!" a lo que me contestó que iba a intentar persuadirlo de forma pacífica. Le dije, a media voz pero con contundencia: "Déjame hacer, jilipoyas, o no apruebas las prácticas en tu puta vida".

Apunté a las piernas del "morlaco", que parecían "Los Pilares de la Tierra" y le dije, en tono sereno, pero firme a pesar del nudo que tenía en el gaznate: "Suelta el cuchillo o te vuelo una rodilla".

El energúmeno esbozó una sonrisa, lo cual aclaraba, para mi disgusto, la calaña del elemento, y lanzó el cuchillo hacia el otro extremo del bar diciendo: "Ya está, ahora venid a por mí si tenéis cojones".

Bien, había empezado el baile y me tocó, como siempre, la más fea.

Enfundé el arma de fuego contento de que siguiera "virgen" y desenvainé mi "florete" de goma forrada con cuero negro, consciente de que, con la efectividad de tan prodigioso artilugio, sólo iba a conseguir cabrear aún más si cabe a aquella bestia.

Volví a mirar a mi compañero y con un gesto de cabeza le indiqué que había que "saltar al campo". Eso fue lo que hizo, saltar y dar vueltas alrededor de "Hulk" requiriéndole que depusiera su actitud en un profesional tono neutro y tranquilizador mientras esquivaba con agilidad felina los "remos" de aquel "galeón".

Yo, mientras tanto, con técnicas mucho menos ortodoxas y académicas, aplicaba dosis de "calor negro" en distintas partes de aquella inmensa anatomía a ver si "doblaba" el "Miura". Nada, se sentía fuerte contra las tablas y no había quien metiera el descabello. Recibí lo mío aunque conseguí evitar su contacto con mi linda cara. Contacto que, de haberse producido, hubiera conseguido, como mínimo, que en este momento no recordara el episodio, hecho un vegetal de maceta. De mi discípulo obtuve, como única colaboración, sus bellas palabras y que, en un arranque de violencia inusitada, se colgara de uno de los imponentes brazos, balanceándose cual badajo de campana. Por fin pude ponerme a la espalda del objetivo y con un salto de leopardo rodeé con la defensa de goma el inabarcable pescuezo, y empecé a apretar aquella columna con la sana intención de cortarle el riego lo suficiente para que venciera las rodillas. No sé si fue la fuerza empleada por sí misma o la suma de diversos factores, entre los que se encontraba la ingesta de alcohol, pero el coloso comenzó a desmoronarse mientras mi astuto colaborador seguía subido en su particular atracción de feria. Caímos los tres al suelo y no había forma de colocarle los grilletes pues le quedaban fuerzas para sacudirse como un toro en un rodeo.

No se si fue la providencia, pero cuando estaba a punto de desfallecer y rendirme totalmente, con las venas de la sien tamborileando, los efectos de las cajetillas de Ducados ardiendo en mis castigados pulmones y la letanía psicológica del alumno retumbando en mi cabeza, aparecieron por la puerta dos fornidos cuerpos uniformados con el traje de la Policía Municipal de Álvarez del Manzano, los cuales, no sé si serían muy inteligentes pero tenían la suficiente fuerza para acabar la tarea que habíamos comenzado. Lo esposaron y lo metieron en el coche en volandas mientras yo me levantaba del suelo para volver a caer pues las piernas no respondían como debieran. Me dolían hasta las pestañas y tenía sangre propia en manos y uniforme, aunque sabía que no era nada grave. Fede estaba impoluto y sin sudar una gota a pesar de los viajes que dio colgado del brazo del ucraniano o de donde coño fuese.

El "cosaco" sería juzgado, en rebeldía pues no acudió a la citación, por una "Falta de Lesiones y contra el Orden Público" y mi compañero fue felicitado por el Jefe de Comisaría, al que yo no caía excesivamente simpático, obteniendo una alta calificación en sus prácticas.

Años después me volví a cruzar con él y ya era Inspector. Un día osó dirigirse a mi, sonriente y trajeado, y, con la suficiencia que dan los galones me dio dos palmaditas en la espalda aconsejándome: "Hay que estudiar más… que lo importante no es el músculo".

No supe que responder, dudé entre darle una hostia o la razón.

Opté por lo segundo.

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