LA TABERNA DE LA TROLA.- La fuente milagrosa del risueño fontanero y las lecciones magistrales.

El "fontanero" es un personaje en sí mismo. Corta estatura, frente difícil rematada en una original calva, ojos vivos y traviesos, y multitud de habilidades, entre las que resalta la imitación de animales y de personajes de los dibujos animados de toda la vida.
Este "parroquiano" es de los que, como dicen por aquí, "va por el libru".
No es la primera vez que, siendo las 23:50 horas, sale del establecimiento despidiéndose con un "hasta mañana". A las 23:56 puedes verlo dando paseos por la puerta del bar, volviendo a entrar a las 00:01, que ya es "mañana", cumpliendo fielmente con la palabra dada.
Como a muchos otros también le traiciona la imaginación y, un buen día, decidió compartir con la concurrencia el maravilloso hallazgo científico del que había sido testigo. Hallazgo científico o milagrería popular pues se trataba de una fuente de un pueblo cercano a Mieres, La Matiná, la cual, aparte de un agua de demostrada calidad, producía "bígaros", los conocidos caracolillos de mar, allí, en el interior asturiano.
Dicha fuente se había convertido en una improvisada cetárea de la cual se podría esperar cualquier día que apareciera por la boca al menos una cría de bogavante o centollo del Cantábrico.
El cachondeo y la rechifla no se hicieron esperar, como pueden suponer.
El caso es que, a los pocos días, volvió por el local, encontrándose en el mismo "el ilustre profesor", y al tabernero le faltó tiempo para relatarle a éste lo del "milagro" del "fontanerín" y los moluscos inmigrantes.
El profesor, que tiene sorna para dar, tomar y repartir, sin esbozar el mínimo gesto de asombro o sonrisa irónica, se puso circunspecto cual excelso prócer y, con derroche de cinismo y tono académico, sentenció algo parecido a ésto: "Claro, hombre, el "Caracolius Fontanensis". En ese momento, el fontanero de la tubería maciza, desencajó las órbitas de sus ojos azules y los dirigió, cual cañones de navío, hacia el "listo" del tabernero y, sintiéndose respaldado por la verdad absoluta del rigor científico de personas mucho más autorizadas, hizo un gesto con la cabeza, sin soltar palabra pero diciéndolo todo: "Qué te dije ignorante".
Pero la cosa no iba a quedar ahí, y no crean ustedes que nuestro protagonista tiene un pelo de tonto, pues acabó entendiendo la chanza del "Titulado" y la venganza tendría que llegar.
Hace poco me contaron, porque no crean que yo soy el único que cuenta cosas de La Taberna de la Trola, que cierta noche, hallándose ambos a avanzadas horas consumiendo, el profesor comenzó a tener ciertos problemas de orientación y equilibrio para llegar al servicio, cual pasajero del Titanic al poco del impacto.
Dicen que daba soplidos de esos que usamos para reconocer que el alcohol ha echo mella en nuestro organismo, lo cual siempre suele ocurrir inoportunamente tarde.
El fontanerín, con las manos en los bolsillos, y la más aguda de sus voces proyectada hacia el "maestro", decía:
"Estás "jodiu" ehhh... ji, ji, ji, ji", "El que no se "enfila" nunca ehhh... ji, ji, ji, ji", regodeándose cruelmente ante la debilidad de su adversario.
"El hombre es un lobo para el hombre".

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