CRÓNICAS RURALES.- EL CRÍMEN DEL "REGRESADO"

Cuando lo vió en la puerta de su despacho, el Cabo Ramírez no daba crédito a sus ojos. Allí estaba, con la expresión ausente de siempre, Froilán “El Regresado”, con su raída gabardina gris, abundantemente salpicada de sangre. Llevaba en la mano un cuchillo de monte de treinta centímetros de hoja que, una vez cruzó la mirada con el agente, dio la vuelta empuñándolo por el acero y encarando la empuñadura de cuerna de ciervo hacia su interlocutor y tras apoyarla en el antebrazo izquierdo, con un gesto clásico de otras épocas dijo con voz serena y una leve y cortés inclinación de cabeza: “Me rindo y vengo a entregarme”. Aquellas eran las primeras palabras que nadie había oído, en muchos años, de boca de aquel hombre.

Aquél pueblo nunca tuvo “tonto” oficial. No se conoció, en lo que alcanzaba la memoria de los más ancianos, a nadie que respondiera al estereotipo de “tonto del pueblo”, ni a persona con la mínima deficiencia mental. Aquel pueblo tenía a Froilán, el cual, si bien tenía un comportamiento fuera de lo común, siempre fue respetado y querido y nunca nadie tuvo la osadía de considerarle “loco” o “tonto”.

Cuentan que, muy joven, a falta de trabajo y posibilidades económicas de sus padres para darle carrera, marchó de casa un buen día y se presentó a una oposición no se sabe concretamente cual, pero sí que era para una fuerza de seguridad. Tras aprobarla y pasar la correspondiente academia, parece ser que marchó voluntario al País Vasco en unos tiempos turbulentos en los que, casi a diario, se conocía la noticia de alguna muerte violenta.

Nadie, salvo tres o cuatro personalidades del lugar, entre las que se encontraba Ramírez, supo nunca qué le ocurrió concretamente durante su ausencia, el caso es que, cuando volvió a casa, ya no era el mismo.

Silencioso e impasible, salía de su casa bien de mañana, con la gabardina de siempre, hiciera frío o calor. Cuando se cruzaba con sus paisanos, éstos, le saludaban afectuosamente y él correspondía con una leve sonrisa de su casi impenetrable mirada. Se pasaba el día recorriendo el pueblo y sus inmediaciones a pié, en actitud vigilante. Cuando llegaba algún forastero, éste era sometido, sin percatarse en lo más mínimo, a un meticuloso y discreto seguimiento. El Cabo Ramírez, muchas veces lo observaba desde la ventana de su despacho hacer sus labores de contravigilancia y notaba como, sin cambiar el gesto, iba revisando con la mirada todos los bajos de los vehículos de la acera de enfrente. Cuando alguien sospechoso o de poco fiar aparecía por el pueblo, Ramírez solía enterarse primero por una pequeña nota que aparecía bajo la persiana de la ventana de su oficina con una precisa descripción física, hora de llegada, lugares frecuentados, modelo, color y matrícula de vehículo, etc. Froilán siempre acertaba, si el reseñado en sus misivas no traía malas intenciones, solía siempre contar con algún historial policial.

En otras ocasiones, a Ramírez le invadía la ternura cuando comprobaba como su colaborador interrumpía sus secretas labores cuando aparecía Rosita. Rosita era sin duda la mejor moza de la comarca, pero también la más desgraciada pues acabó casada con “El Zamarrón”. Este elemento se había hecho a sí mismo trabajando primero como albañil en el extranjero y, con lo ahorrado en esos años, montando una constructora que, no se sabe muy bien con qué artes, tenía la exclusividad en la mayoría de obras públicas y viviendas protegidas de la provincia. Era un individuo tosco, prepotente, populachero y fascista, y además con muy mala bebida. Todo el pueblo sospechaba que el animal no trataba muy bien a Rosita, pero nunca se pudo demostrar nada y muy pocos osaban siquiera plantearlo. Ramírez intentó, sin éxito, sonsacarla en alguna ocasión para ver si era cierto que aquel energúmeno le pegaba. No había nada que hacer y el Cabo se sentía impotente pues, además, hacía tiempo que ansiaba pillar al “Zamarrón” en algún renuncio, habiendo ya mandado diversos informes a la Comandancia y a Delincuencia Económica pues todo el mundo sabía que la fortuna de aquella bestia no había pasado la colada.

Era evidente que Froilán amaba a aquella mujer. Todas las noches Rosita, tras la cena, encontraba en la ventana una pequeña hoja de papel cuadriculado con unos versos que solía memorizar antes de hacerla desaparecer.

Que mi alma huída

te acune en tus sueños,

ahuyentando miedos,

insuflando vida

y colores nuevos

a tu mar dormida.”

Aquellas rimas eran lo único que sacaban, tanto a Froilán, el autor, como a Rosita, de la rutina diaria impuesta, a uno por su trastorno, y a la otra por su dramática cotidianeidad.

Aquella madrugada “El Regresado” se disponía a dejar sus versos en la ventana de Rosita cuando escuchó los gritos del marido que, al parecer, debía de haber regresado borracho al domicilio.

- ¿Tu te crees que esto es cena para un trabajador?.

- Si hubieras venido a una hora normal no estaría fría.

- Mira, niña, no me contestes que estoy empezando a cabrearme y sabes lo que puede pasarte cuando yo me cabreo. Que, últimamente estás muy crecidita, mosquita muerta, que si no fuera por mí estarías por ahí tirada tú y toda tu familia de muertos de hambre.

- Muertos de hambre pero honrados…

- Rosita no me tientes que te estampo la cabeza contra la pared.

- Ya estoy harta Antonio. Como se te ocurra acercarte te denuncio a la Guardia Civil. No pienso aguantar ni una sola bofetada más. Además, creo que ya es hora de que nos divorciemos, yo no puedo seguir así…

- Con que esas tenemos, hija de puta. No te preocupes que no vas a tener que divorciarte, te lo voy a solucionar yo ahora mismo.- Dijo dirigiéndose a la vitrina en la que guardaba las escopetas, completamente desencajado y con los ojos inyectados en sangre.

En ese momento, un estruendo de cristales inundó aquel salón cuando Froilán atravesaba la ventana protegiéndose la cara embozado en la gabardina de la que, una vez aterrizó en el parqué, sacó el machete montero y con un rápido y certero giro de muñeca seccionó la yugular del “Zamarrón”. Éste, mientras su cuello regaba de sangre, con intermitentes aspersiones, toda la sala y sus ocupantes, emitía una especie de alarido similar a los gruñidos del cerdo en San Martín, cayendo al suelo tras varios giros en círculo y, entre estertores y ronquidos inhumanos, fue apagándose sobre la alfombra, con los ojos abiertos y chapoteando en un creciente charco rojo.

Froilán, con el machete oculto por su antebrazo, miró a Rosita con una leve y tierna sonrisa de ojos y salió por donde había entrado. Antes de dirigirse al Cuartelillo tuvo tiempo de redactar la última nota que dejó en el lugar habitual.

Pasados unos días, cuando el pueblo se estaba intentando recuperar de la conmoción y de la invasión de periodistas, Rosita se dispuso a recoger sus cosas de la casa solariega que el difunto había convertido en una especie de museo de los horrores. Algo le dijo que debía volver a la ventana de los poéticos mensajes y así lo hizo. Allí estaba el pequeño papel cuadriculado pero, esta vez, ligeramente manchado de sangre, como una firma sagrada.

“Ahora liviana vuela

que será tu vuelo

el que engalane el cielo

de mi escondida celda”

Nadie más supo en el pueblo de Rosita. Ni de Froilán y su cautiverio terapéutico, salvo Ramírez que, cuando se asomaba a la ventana, sonreía con los ojos encharcados, buscando sospechosos.

5 comentarios :

Moriah dijo...

Cualquier palabra que diga, sólo mancharía tan hermoso texto.

Lo mejor que te he leído. Insisto, deberias escribir así más a menudo.. El párrafo final...perfecto..

Mis respetos...muy, muy bueno.

Elbereth y su silencio dijo...

Espero que no se moleste, pero he escrito una entrada con enlace a estas suya...es por el texto..no lo he podido evitar.

Anónimo dijo...

Buenas :), he llegado a tu blog a través del de Elbereth y me ha gustado mucho la historia, engancha, en mi opinión bien escrita, y como no me parece justo dejar un comentario sólo en el blog de Elbereth, ya que está escrito por ti, me he atrevido a dar dejarte unas palabras.

"..una leve y tierna sonrisa de ojos.." qué bonito cuando los ojos nos sonríen!

Un saludo

Juan Luis Nepomuceno González dijo...

Elbereth, bien sabéis que vuestros enlaces me honran y me halagan. Quizá no merezca tanto. De todas formas agrada saber que lo que haces, cuando lo haces a conciencia, agrada a quien lo comparte.
Susana, gracias por la visita y bienvenida.
Boas noites, buenas noches.

BalaNegra dijo...

Espectacular, y conmovedor.
Enhorabuena por el relato.
Suscribo las palabras de Elbereth y Susana.
Un regalo para los que lo hemos leído.