CRÓNICAS RURALES.- Ópera maldita.

No era un buen día para el Cabo. No había razón para que no lo fuera pero tampoco para "tirar cohetes". Andaba marchito sin saber por qué. Había leído la prensa a primera hora y, como casi siempre, volvió a hastiarle el contenido. No tenía nada que le urgiera a hacer algo y metió en el perezoso ordenador un disco de arias de La Callas incrustándose los auriculares para aislarse y no compartir, con el resto de la casa cuartel,.los sublimes gorgoritos de la malograda diosa. No era un entendido pero se orientaba por sensaciones y aquella voz le embriagaba sin reparar en detalles técnicos o artísticos que prefería dejar para los eruditos. Él era un modesto agente de un cuerpo de seguridad y, aunque comandante de puesto, no se creyó nunca el centro del Universo, por lo que consumía lo que le reconfortaba aunque se esforzaba medianamente en buscar un mínimo de calidad en sus deleites culturales. Comenzaron a sonar las notas de un aria, un aria conocida. No voy a especificar cual para que ustedes, queridos lectores, elijan la que más les motive. Lo que si precisaré es que era un aria triste, muy triste. Tras los acordes previos comenzó a manar la voz de "La Divina" y Ramírez, con los ojos cerrados, comenzó a recordar... Poco a poco le empezaron a llegar imágenes grises, de tiempos grises en una ciudad gris. Volvieron a aparecer ante él los absurdos ataúdes, absurdos e ilógicos engalanados de bandera y tricornio, conteniendo juventud cercenada por amonal o cuerpos con cráneos perforados por nueve milímetros de cobardía. Las notas de la orquesta comenzaron a mezclarse con las de otros himnos casi memorizados por repetidos y la voz de la soprano ocupaba la garganta de otras mujeres. Mujeres desgarradas y descarnadas por el dolor eterno de madre amputada y de joven esposa vaciada. Mujeres que entonces vió silenciosas, anestesiadas, y ahora, en su delirio operístico, hacían el "play-back" de la pieza que su mente absorvía a través de los auriculares. Los escasos acompañantes acompasaban el coro de aquella canción transformada en el delirio melancólico que, aquel día, había embargado a nuestro protagonista. Manaban en cascada lágrimas ahora no retenidas cuando, al entreabrir los ojos desbordados creyó adivinar una figura borrosa en la puerta abierta. Rápidamente se arrancó los artilugios de sus orejas y con un rápido movimiento de manos borró las lágrimas de su rostro viendo, ahora si, a Antúnez en la puerta.
- ¿Le pasa algo Cabo?.
- Nada, Antúnez, muchas gracias, la primavera Antúnez, la primavera y esta puñetera alergia que me tiene frito. Puede retirarse muchas gracias.
- Ya, Cabo, ya, la primavera. Si necesita algo llámeme, puedo ir a la farmacia a ver si tienen algo para esa alergia tan mala que tanto le ataca últimamente.
- No te preocupes, compañero, ésto viene y vá, yá sabes.
- Si, Cabo, si, ya sé.
El guardia cerró la puerta y, tras sonreir levemente, con cierta ternura, el benemérito Cabo no tuvo más remedio que abrir su blog.

3 comentarios :

Elbereth y su silencio dijo...

Bendita ópera. Salvandónos de nosotros mismos. Sé lo que se siente viviendo bajo la muerte.
Salud.

Anónimo dijo...

Memoria adversa.

Juan Luis Nepomuceno González dijo...

Bendita Ópera Elbereth, bendita. La memoria, querida Susana, sea histórica o no, suele ser adversa mas veces de las que quisiéramos.