VIERNES SANTO

Cuando se comban las aceras
al paso de caminantes pardos,
errantes y vacíos
de miradas y respuestas,
puede que nazca un río,
que se convoque una fiesta
de mil guirnaldas de nardo
en un llano a las afueras.
Y hay pradera para el rito
y huerto para el reproche,
pedir clemencia en derroche,
a un Dios, a un astro, a un mito.
Y cuando caiga la noche,
izad al cielo las  cruces,
apagad todas las luces
mientras se peca en el coche.
Levantando monumentos
al dolor y a la tortura,
vanas palabras de un cura
sobre un hombre y su tormento.
Las conciencias se depuran
con pie descalzo y cilicio
maquillando todo vicio
y deseos que maduran
gozando el sacrificio
con furia y contricción,
la lujuria y la ambición
se cuelan por el resquicio.
Las pasiones dolorosas,
los viacrucis del pecado,
un buen vino y buen bocado
y otras tareas gozosas.
Del prójimo la hembra hermosa
se seguirá deseando,
aún en el altar dejando
una vela o una rosa,
como buena penitencia
para el errar futuro
en el lecho o contra un muro,
vaya limpia la conciencia,
que una saeta cantada
con desgarro y con fervor,
del Señor trae más favor
con fino la voz templada.
Que no hay penar sin pecado,
y por penar España peca,
que para mirar a La Meca
es mejor estar tumbado.
 

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