"LA MANO QUE MECE LA CUNA" O "ASESINA DE GUARDERÍA"

Siempre envidié a los educadores. No por sus condiciones de trabajo, cada vez más difíciles dada la compleja coyuntura social en la que nos movemos, sino por lo que significa educar, cuidar, ayudar a crecer a los niños, que son el único futuro tangible.
Trabajar en una guardería debe ser aún más gratificante. Cuánto se puede aprender de un grupo de pequeños y debe, sin duda alguna, establecerse un fuerte vínculo emocional entre educador y discípulo.
Eso debió de ocurrirle a una chica en Guipuzcoa que, entre sus alumnos, tenía a dos concretos con los que entabló una relación especial.
Una relación más intensa seguramente que con el resto de niños. Siempre se producen, inconscientemente, desigualdades en los afectos y tendemos por naturaleza a designar favoritos, aunque, profesionalmente, no lo hagamos notar.
En el caso que nos ocupa, la afectividad sobre los pequeños se fue expandiendo y, por lo que dicen, llegó a afectar a los padres que iban, como el resto, a llevarlos o a recogerlos de la guardería.
Bien es cierto que era una afectividad distinta. La atracción que empezó a motivar a esta chica no tenía ningún trasfondo carnal ni amoroso, no.
Esta chica, la mano que mece la cuna, estaba haciendo, con total convicción, la labor necesaria para que, un día de éstos, un amigo suyo descerrajara dos tiros en la nuca a los padres de los niños con los que trataba a diario, seguros expectadores de la acción, que; gracias a la persona a la que veían y con la que seguramente jugaban, pintaban, etc., la que les daría de desayunar e incluso les cambiaría los pañales; quedarían dramáticamente huérfanos en nombre de una causa que nadie podrá nunca hacerles entender.
"Hay que ser hijos de puta" dijo hoy, espontáneamente, a boca llena y sin aspavientos, una periodista en una tertulia política en Cuatro.
El problema es que estos hijos de puta están en las guarderías, en las universidades, en las clínicas, en los ayuntamientos, en las oficinas del censo, en los colegios, en los parlamentos, en las panaderías, en las iglesias, en los bares; formando un entramado, un ramificado tumor similar a la mafia en Sicilia o la Camorra en Nápoles, y seguirán así, mientras no se les cace y mientras tengan a otros sectores políticos y sociales, ajenos a la violencia, dándoles amparo y condescendencia, aunque condenando,  sus sangrientas "travesuras".
Cuando el aislamiento social lo sufran los verdugos, directos e indirectos, en lugar de las víctimas, algo posible con altas dosis de voluntad política, sin trasfondo electoral, y ética pedagógica, empezaremos a hablar del principio del fin.

1 comentario :

Fet dijo...

Me ha puesto los pelos de punta, oiga.
El problema es que solo los hijos de puta adoctrinan. La buena gente suele guardarse sus convicciones (en la medida de lo posible) y ser exquisitamente neutral cuando de educar se trata.
Como debe ser, supongo.