EXTREMEÑO EN ASTURIAS.- Temporales

Que el tiempo es el tiempo, cambio climático aparte, y el invierno, invierno, y el norte, norte, y todo eso, lo tendría cualquiera bastante claro.
Después de siete años en estas tierras, habiendo elegido vivir, encima, en una aldea cuya posibilidad de ser cubierta de nieve cuando hay temporal se eleva a la enésima potencia, pues debería servir de currículum suficiente para que uno asumiera los inconvenientes con total naturalidad.
Y ese es el caso, no lo duden, los asumo en su totalidad, lo que no quiere decir que los disfrute, que los goce, que, en resumidas cuentas, haga angelitos revolcado sobre el lecho blanco ni que use los lindos carámbanos que cuelgan de los aleros de mi tejado para refrescar el cubata.
El viernes decidí bajar con una nevada importante y, con un vehículo 4x4, pues la cosa fue bastante razonable, eso sí, con altas dosis de prudencia dadas las especiales características de la carretera, de pronunciadas pendientes en curvas imposibles, idónea para la práctica del rally, tal y como lo demuestran profesionales en algunas competiciones y aficionados un fin de semana sí y el otro también.
Bien, pues hice la compra en Mieres, tomé algo con los amigos y me decidí a subir a mi morada, no sin recelo, dada la nevada que yá caía en la Villa.
Mi casa, dentro del núcleo del pueblo, se halla en la zona alta, con lo que gana en vistas pero asumiendo un terrible cuesta de asfalto descuidado.
Un intento con el coche me valió para desistir y retornar a la zona baja, junto a la salida, y aparcar allí. Salgo del coche, cojo las bolsas del supermercado y me dispongo a avanzar entre la inmaculada y espesa capa de nieve.
Con botas camperas de motero, manufacturadas en Valverde del Camino, parece poco recomendable emprender una expedición, aún siendo corta, por las empinadas calles de la población. Y no es que lo parezca, es que lo es pues conté hasta cuatro resbalones con sus correspondientes caídas, de frente y de espaldas, y menos mal que el aterrizaje se producía contra la mullida capa blanca.
Al final, a la puerta de casa, un disco de hielo hizo que me volviera a desplomar sobre la compra, reventando un precioso tretra brik de zumo de piña y uva, a base de concentrado, claro está. Así que, helado, mostoso y pegajoso, accedí a mi domicilio a dormir hasta el día siguiente y a esperar a ver si escampaba.
Como todos sabrán de escampar nada. Muy al contrario, todo el sábado estuvo cayendo nieve a sacos.
Bien, pues sábado hogareño. Alguna tarea doméstica y, eso sí, teléfono, facebook y mariconadas varias con programas de edición de video y foto que, cuando uno está solo, se encuentra muy creativo.
Al día siguiente, domingo, y la nieve seguía ahí, cubriendo coches hasta la mitad de la carrocería.
No es que me molestara perderme la misa, que uno no está por esas labores, pero, la verdad, comenzaba a apetecerme salir del castillo, rozar algo de civilización, tomar una cervecita y pasear pero, por mor de la integridad, la mía y la del vehículo, era preferible aguantar el estado de sitio.
Y cumplida la condena de fin de semana, llega el lunes. La nieve estaba ahí, terca, necia, y además había helado.
Así que de botas de motero nada de nada, botas de montaña, que también las tiene, uno aunque tengan menos glamour, y a ver como encontraba el coche.
Al lado del mismo me hallaba, sopesando las posibilidades y alternativas para sacar el montón de nieve que lo cubría, cuando, ni botas de montaña ni hostias, mis pies abandonaron su asiento y dí un espaldarazo de tres pares de cojones. Entonces fue cuando comencé a blasfemar, lo siento de veras pero, qué le vamos a hacer, cuando a uno le pasan estas cosas no tiene recurso más socorrido que acudir a santos y a vírgenes varias, aparte de a familiares y difuntos de algún que otro personaje, entre ellos, como no, la madre que parió a Panete.
Yo, que soy un hombre del sur, pues para qué iba a proveerse de guantes en el día más frío del año, así que, a dedo pelado, a quitar nieve del parabrisas. A los dos minutos, el dolor era insoportable y allí andaba yo, dentro del coche, enchufando los dedos a las toberas de la calefacción.
Al final arranqué y, al salir a la carretera, un vecino, ventajas de los núcleos rurales, me administró cadena líquida en las ruedas y me advirtió de que estaba la cosita mu mala y que la carretera era como la rampa de los saltos de esquí de año nuevo, pero, para más inri, en mil eses.
Así que nada, primera velocidad, prescindir del freno y a dejar al coche hacer su trabajo sin presionarle.
Supongo que, al llegar a Mieres, donde la helada no era mucho menor, mi cara sería del mismo color del pavimento por los apuros pasados en la travesía.
Y aquí estoy, sólo en mitad de la Tierra, como cantaba el otro, dudando que hacer con mi vida dependiendo de las inclemencias climáticas.
Mucho me acordé del monólogo del argentino que se fue a Toronto y que les dejo en el video adjunto.
Ah, a quien le guste la nieve que la disfrute, faltaría más.


2 comentarios :

Jesús Herrera dijo...

Muy distraido tu artículo y muy gracioso el video del argentino en Canadá.
Saludos.

Anónimo dijo...

sisi, buen post.